No,
no te fijes en sus gemidos,
ella
puede gritar como una puta
ninfómana
y no sabrías si finge
o
no.
Fíjate
en sus gestos naturales,
en
sus pies que pone de puntillas
como
bailarina, en la rigidez de
detrás
de sus rodillas, en sus axilas
sudorosas
y su respiración; siente su
carne
al abrirse y lo caliente que
es
por dentro; su humedad, sí,
tócala
si así lo deseas, pues si
está
en ese éxtasis no le importará.
Haz
que se pruebe ella misma y que
se
haga adicta a su sabor, a su olor.
Dile
suciedades al oído, si te pide que
le
sigas hablando así, y que le chupes
la
oreja, cabrón, es porque lo estás
haciendo
bien; dile más y haz que
ellas
misma se las diga. Siente su
saliva,
lámele los labios, también
su
boca. Siente cómo se va muriendo,
cómo
se desmorona, como le brincan
algunos
músculos naturalmente,
cómo
se desespera y se aferra a ti.
Observa
cómo se tuerce,
como
estruja las sábanas,
como
sucumbe lentamente,
como
te dice cosas que nunca había dicho,
como
se pone como nunca se había puesto,
como
se excita,
como
se muere,
sí,
como se muere.
Mira
como le tiemblan las piernas
y
explota frente a ti,
y
quiere ser salvada,
para
no morir de placer.
Observa
bien esa metamorfosis
de
diosa a humana pecadora,
carnal,
necesitada de ti,
de
un simple cabrón como tú.
Cuando
haya pasado todo esto,
entonces
sí, fue tu puta, y ella lo
sabe,
y ella te lo dijo, y quiso que se
lo
dijeras y que la trataras como tal
no
porque quisiste sino porque ella
deseó
ser y decirlo, y sentirse así;
se
sintió tan libre y plena al ser tu puta;
promiscua,
llena, puta; sí, eso fue,
eso
quiso, quiso ser tu puta, cabrón.
-
Fabián Uyaguari, 4, de
mayo del 2017.
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